Reseña: El Socio
A lo largo de las escasas páginas de El Socio aprendemos la magnitud que puede cobrar un engaño tejido en la necesidad de zafar de una demanda a la que no se quiere responder.
Supongo que, al igual que ocurre en Chile, es una tendencia generalizada que los sistemas educativos consideren un plan de lectura comprensiva, obligatoria o domiciliaria (o como quiera que se llame) con la intención de hacer mandatorio el desarrollo del hábito lector entre los estudiantes. Entre las novelas que marcaron mi época escolar son dignas de mencionar: Crónicas Marcianas (Ray Bradury), La Metamorfosis (Franz Kafka) y El Socio (Jenaro Prieto)—siendo esta última la que demanda mi atención hoy.
A lo largo de las escasas páginas de El Socio, Jenaro Prieto nos enseña la magnitud que puede cobrar un engaño tejido en la necesidad imperiosa de zafar de una demanda a la que no se quiere responder afirmativamente—una mentira que nos puede costar la vida. Escrita a fines de los años 20 del siglo pasado, es una novela atemporal, en tanto carece de un lugar histórico definitivo o único y el lector la percibiría igual de vigente, actual y presente sin importar si la lee hoy o en varias décadas; y absorbente, en la medida en que, una vez iniciado el viaje, es imposible bajarse antes de la última parada.
Me pasa que cuando leo obras que han cobrado tanto valor personal como esta, tarde o temprano asoma una frase o un párrafo que queda resonando en mi cabeza y que demanda ser transcrito en mi libreta de notas con la finalidad de no morir olvidado allí entre las páginas del libro. En este caso, la frase en cuestión, que surge en medio de un diálogo entre Walter Davis y Julián Pardo, es: "Las creaciones de la imaginación viven más que los hombres". Es, en cierto sentido, mi razón para escribir. A fin de cuentas, la prosa brota informe desde la parte creativa e imaginativa de mi mente y es depositada generalmente en un medio digital a través de mi ruidoso teclado mecánico.
En varios momentos, El socio aparece como una reflexión en torno a la imagen de nosotros mismos que proyectamos a los demás. Tras la mentira inicial, Pardo no vuelve a conseguir validarse ante su esposa ni ante sus amigos. Todo cuanto haga o intente hacer parece insuficiente a los ojos de los demás, a menos que se ubique a la luminosa sombra de Davis. Es así como día tras día se le va haciendo más difícil echar pie atrás y deshacerse de su socio. El inglés consigue forjarse una posición entre gente que, sin importar el tiempo que pase, no hallará oportunidad de conocer más que su nombre.
También asoman algunos elementos críticos de corte esencialista: las especulaciones bursátiles de Davis le consiguen más temprano que tarde un buen pasar al protagonista, pero es evidente que este progreso en términos materiales no se traduce en el objetivo último de todo ser consciente y racional—la felicidad. El Socio le aporta estabilidad económica, pero casi como a modo de venganza le arrebata a su hijo y, por qué no, también a su esposa (aunque como lectores que experimentamos la historia desde un prisma ajeno a su mente esquizoide sabemos que no es así).
Tras cada una de las crisis que surgen como consecuencia de su invención, se nota que Pardo quisiera que las cosas dejaran de seguir su curso. Cuando el tiempo empieza a tener bordes afilados (en términos del gran David Foster Wallace), seguir avanzando en la flecha del tiempo solo agudiza el demencial estado de crisis que se ha apoderado del ambiente.
El final me resultó ineludiblemente predecible, incluso teniendo en cuenta lo mucho que me cuesta dilucidar la misiva que se halla más allá de lo textual—quienes me conocen podrán dar fe de aquello. Sin embargo, tal condición no hace que el valor literario de la obra se despeñe: Prieto sabe resolver el meollo a la vez con simpleza (sin quebrarse la cabeza con argumentos demasiado disímiles) y elegancia (el cierre, en cuanto componente estructural necesario, es sobrio).
La muerte, tal como en Diatriba contra una esfera (cuento de la autoría de quien reseña), aparece como único recurso para deshacerse de un mal que apesadumbra al protagonista y que no muestra una intención autónoma de abandonar su entorpecedora misión vital: desde su nacimiento, el socio, en su inexistencia corpórea, ocupa un rol disruptivo en la vida de Pardo. Hay que mencionar también que, a pesar de su inmaterialidad, en varias ocasiones uno termina imaginándolo como una persona real.
El Socio es una lectura recomendada para cualquier punto en la vida de una persona a partir de la adolescencia. El texto carece de elementos narrativos demasiado sofisticados que puedan entorpecer su comprensión o prestarse para dobles interpretaciones, por lo que su lectura no requiere de ninguna habilidad lectora especialmente desarrollada. En su brevedad, puede ser leído en el transcurso de un viaje en bus a una ciudad cercana, durante una noche de verano en que el calor no permita conciliar el sueño o —idealmente— en una mañana de fin de semana junto a una aromática taza de café. Si tuviera que calificarlo en una escala, El Socio obtendría con toda seguridad la nota máxima.
Referencias bibliográficas
Prieto, J. (2013). Obras reunidas. Origo Ediciones.
Wallace, D. F. (2002). La broma infinita. Literatura Random House.
Sanhueza, F. (2018). Los avatares del abuelo. Createspace Independent Publishing Platform.