Religion as a Service: Paga la suscripción o te suspendemos la cuenta
Observada desde una perspectiva externa, la espiritualidad cristiana contemporánea presenta inquietantes paralelismos con los modelos que rigen los negocios digitales del siglo XXI.
La religión, y en particular el cristianismo, muestra similitudes preocupantes con el modelo de suscripciones que rige hoy sobre los negocios digitales. Esta similitud me llevó a acuñar el concepto RaaS, acrónimo de Religion as a Service.
En esta analogía, la iglesia o la comunidad religiosa actúa como un ‘proveedor de servicios’, una plataforma que ofrece soluciones a necesidades humanas profundas y universales —muchas veces imposibles de satisfacer con métodos tangibles— a través de un catálogo de experiencias espirituales.
Estos servicios son percibidos por los fieles como altamente valiosos, lo que confiere al oferente cierto control sobre el ‘precio’ requerido para acceder a ellos (sea este monetario o de otro tipo).
Por un lado, la ‘nutrición para el espíritu’ es una suerte de bálsamo que calma la ansiedad existencial y, por otro, la promesa de la vida eterna ofrece una respuesta definitiva ante la incógnita de la muerte y el juicio final. ¿Cómo podría alguien resistirse?
Sin embargo, el acceso a estos servicios está supeditado al cumplimiento de ciertas condiciones similares a las de una suscripción digital. Para seguir consumiendo el alimento espiritual y conservar la esperanza en las promesas divinas, el creyente debe cumplir con una serie de requisitos periódicos que le permitirían mantener su ‘cuenta activa’ y disfrutar plenamente del servicio.
Del mismo modo que un usuario que no paga la suscripción a Netflix no puede consumir contenido en la plataforma, el creyente percibe que ha dejado de recibir o que dejará de recibir los beneficios espirituales asociados.
La forma más evidente y tangible de esta ‘tarifa de suscripción‘ es, sin duda, la económica. La ofrenda semanal, el 1% sobre los ingresos, el diezmo regular o los aportes para proyectos específicos de la obra son mecanismos que aseguran el financiamiento de la plataforma religiosa, cubriendo gastos logísticos y el sustento de los anfitriones (pastores, sacerdotes y otros). Esta dimensión financiera es a menudo la más visible y polémica, alineándose directamente con la lógica del pago por servicio.
Sin embargo, la tarifa asociada a este tipo de suscripción trasciende lo monetario. Se manifiesta también en el tiempo dedicado al servicio voluntario dentro de la congregación, en la adherencia estricta a una determinada ortodoxia ideológica incuestionable, en la participación obligatoria en actividades comunitarias, o en una demostración pública y constante de sumisión a las normas y la autoridad eclesiástica.
Bajo este modelo, no basta con haber adquirido la membresía en el pasado pues no existe una modalidad de pago único o de suscripción vitalicia. Para mantener los beneficios es necesario pagar la tarifa (económica o no) de forma periódica. Tan pronto como se deja de cubrir esta cuota, se corre el riesgo de que los beneficios entregados por la contraparte queden suspendidos.
Y si bien es probable es que el usuario pueda seguir participando del servicio religioso aun cuando no haya ‘hecho su parte’, también podría quedarse con la impresión de no ser merecedor de las bendiciones o beneficios asociados, lo que genera culpa o ansiedad.
Es cierto que la perspectiva de RaaS constituye una analogía crítica y ciertamente reduccionista en muchos aspectos. Por eso no debería considerarse sino como un punto de partida respecto del análisis de la cuestión sobre la función de la religión en el mundo actual.
Sin embargo, también es cierto que ilumina una dinámica subyacente que puede conducir a una peligrosa mercantilización de la fe. La relación con lo divino y con la comunidad corre el riesgo de tornarse fundamentalmente transaccional: entrego X (dinero, tiempo, obediencia) con la expectativa de recibir Y (paz interior, perdón, salvación, aceptación social, vida eterna).
Esto nos fuerza a un examen crítico: ¿Hasta qué punto las iglesias, quizás sin buscarlo deliberadamente, fomentan o perpetúan esta percepción de un servicio condicionado, erosionando la noción teológica de gracia y amor incondicional en favor de una lógica más cercana al mercado?