Marco Ávila, un caso severo de parálisis por análisis
En el contexto actual del país, se necesitan autoridades que tomen decisiones de manera rápida y efectiva. Lo que tenemos es justamente lo contrario.
Para nadie que me conozca resultaría novedoso escuchar —o en este caso leer— que he sido un asiduo crítico de la gestión que ha realizado este gobierno desde el primer día. Es altamente probable que mi descontento emane de un desagrado previo hacia la figura de Gabriel Boric desde sus tiempos como diputado y que cada error sirva para alimentar mi sesgo de confirmación una y otra vez. No obstante, creo que eso no impide que pueda continuar revisando el trabajo realizado por don Gabriel y, en esta columna en particular, por su ministro de educación.
Hay que reconocer que Su Excelencia no recibió un país en las mejores condiciones, pero ¿quién sí? Últimamente todos los mandatarios han recibido una nación afectada por alguna crisis o calamidad. Esta vez, estábamos recién saliendo de una pandemia que causó estragos a nivel global. Chile no tenía por qué ni cómo ser la excepción. Lo hicimos bien en algunos aspectos y pésimo en otros. Creímos que mantener las escuelas cerradas era la mejor manera de paliar la propagación viral, pensamos que los encierros en casa nos ayudarían a disminuir el número de contagiados y muertos, y que los aforos reducidos se respetarían a cabalidad en todas partes. Hoy, nos damos cuenta de que lo podríamos haber hecho de otra manera, pero en estos casos es mejor así: hacer algo y luego preguntarse qué tal resultó, porque toda crisis se debe enfrentar con resolución.
Eso es algo que no encontramos en este gobierno. Estamos en medio de una crisis sanitaria que se manifiesta principalmente a través de un aumento desmedido —mas no impredecible— de las enfermedades respiratorias en niños, adultos mayores y enfermos crónicos. Es claro que hay ciertas medidas que no parece buena idea repetir, pero también es cierto que hay otras medidas y decisiones que se pudieron tomar mucho antes y que el jefe de cartera, el profesor Marco Ávila, postergó y postergó hasta el punto en que adoptarlas hoy resultaría inútil.
En materia estrictamente educativa, se postergó hasta hace no más de una semana la entrega de los resultados de la medición nacional SIMCE que, una vez más, evaluó cuantitativamente el desempeño de los estudiantes en las áreas de lenguaje y matemática. A muchos profesionales de la educación nos parece insólito que la entrega de los resultados de una evaluación que, si bien es cierto se trata de una evaluación de tipo censal e involucra varios cientos de miles de hojas de respuestas que corregir, tarde ocho meses. (Algo similar ocurre con la entrega de resultados de la evaluación docente).
Lo extraño es pretender que se tomen medidas paliativas a dos semanas del receso escolar de invierno (como le gusta llamar a Ávila, en un ánimo de demostrar una supuesta superioridad técnica, a las vacaciones de invierno). Sin disponer de los resultados e incluso sin necesidad de instrumento alguno, los profesores sabíamos que la situación era crítica. Lo supimos desde que en la pandemia teníamos una mayoría de cámaras apagadas, un montón de estudiantes ausentes y luego puros seis y sietes en las evaluaciones. Hoy, vemos el reflejo de eso en nuestras aulas. Entre sus consecuencias, tenemos la angustia, el estrés y el agotamiento que sentimos los profesores.
Pero dejando atrás esta digresión, volvamos al caso de las enfermedades respiratorias. El gobierno se negó rotunda y tozudamente a tomar medidas simples como adelantar las vacaciones que invierno. Entre sus argumentos encontramos, por ejemplo, que el virus sincicial solo afecta a los menores de dos años, que el Ministerio de Salud no tomado ninguna decisión al respecto, que es mejor usar mascarilla y lavarse las manos, que ya se habían adelantado al elaborar el calendario escolar, entre otros.
La decisión se postergó una y otra vez aludiendo a que el Ministerio de Salud, con su cabeza experta en epidemiología, decía que no resultaría una medida efectiva. Y ¿quién soy yo para discutir aquello cuando mi área de experticia es otra? Pues bien, aun concediéndole ese punto, surgen otros inconvenientes.
Hoy, quedan solo dos días de clases antes de que los niños inicien sus vacaciones (los docentes nos quedamos dos días más, hasta el viernes, para terminar el trabajo administrativo y hacer la proyección hacia el segundo semestre). Afectados por un sistema frontal con características que no se veían hace varios años, el fenómeno de El Niño nos tiene hoy en una situación crítica. Se trata de una nueva crisis; esta vez no de enfermedades respiratorias, sino de inundaciones por crecida de ríos, cortes de caminos en la precordillera e incluso en la Ruta 5 (arteria principal del país), deterioro en la infraestructura de casas y otras estructuras, y, en resumen, la imposibilidad práctica de seguir con nuestra vida cotidiana como si no pasara nada.
Son varias las entidades que han solicitado al ministro Ávila reconsiderar el adelanto de las vacaciones de invierno, es decir, dar por finalizado el primer semestre y retomarlo al fin original del receso (es decir, el 17 de julio). Pero, más tosudo incluso que el ex ministro Figueroa, el ministro se ha negado una y otra vez. El sábado recién pasado, por ejemplo, descartó esta medida aludiendo a que la situación es distinta en cada región del país y que, si se llega a decidir esto, tiene que ser en base a un criterio local.
Por años los profesores quisimos que un colega ocupara la dirección de la cartera de Educación. Marco Ávila llegó para cumplir ese sueño, pero la situación no ha sido mejor en ningún aspecto. Creímos que Raúl Figueroa era un tosudo de primera. Hoy parece que Marco Ávila no se queda muy atrás. Es verdad que ocupar el principal puesto en la administración de un área imprescindible como es la educación a nivel nacional debe ser una tarea compleja. Es claro que se requieren nervios de acero a la hora de tomar decisiones y que es imposible dejar contentos a todos. Sin embargo, hay decisiones que simplemente no se llevan bien con el fenómeno que en psicología se conoce como “parálisis por análisis”: esperar creyendo que cuando se tengan más antecedentes sobre una determinada cuestión se podrán tomar mejores decisiones.
Para el profesor Marco Ávila no ha resultado suficiente la combinación entre crisis sanitaria por virus sincicial y el desastre asociado al desarrollo del sistema frontal. Él sigue confiando en que las clases podrán desarrollarse con cierta normalidad cuando desde hace alrededor de un mes los colegios están con un nivel de asistencia bajísimo. Pero claro, como los sostenedores se ven obligados a maquillar la asistencia con la finalidad de que el Estado no recorte el suministro de subvención mes a mes, las altas autoridades no se enteran de nada. Según sus estadísticas, todo sigue con relativa normalidad. Uno esperaría que un profesor estuviera enterado de esta y otras realidades, pero parece que los diez años que este señor lleva fuera del aula han terminado produciendo una suerte de amnesia conveniente.
La gestión del gobierno en materia educativa ha dejado mucho que desear. La falta de resolución y la parálisis por análisis del ministro Marco Ávila han llevado a una situación crítica en medio de una crisis sanitaria y un fenómeno climático extremo. Es necesario que las autoridades tomen medidas rápidas y efectivas para resolver los problemas que enfrenta el sistema educativo y garantizar el bienestar de estudiantes, docentes y toda la comunidad educativa.
Una persona resolutiva es aquella que tiene la capacidad para encontrar soluciones efectivas y eficientes para resolver problemas o situaciones difíciles, siendo proactiva en la toma de decisiones. Eso es justamente lo que necesitamos hoy en la cartera: un ministro de educación con resolución, capaz de trabajar bajo presión y tomar medidas rápidas que permitan resolver cualquier situación que se presente.