Las preguntas morales siempre tienen una respuesta correcta
En este breve ensayo defiendo la idea de que las preguntas morales, cuyas respuestas en la práctica son generalmente difíciles, siempre tienen una respuesta correcta en principio.
La cuestión moral ha desafiado a los filósofos y pensadores de todas las épocas. Un tema de particular relevancia es el de la verdad moral o la existencia de respuestas correctas para las preguntas morales.
Aunque la mayoría de las personas cree que no existe una verdad moral, sino solo posturas, preferencias, opiniones o reacciones emocionales frente a las más diversas situaciones que encontramos en nuestra cotidianidad, algunos filósofos afirman que tal como las preguntas sobre física tienen respuestas correctas e incorrectas, las preguntas morales también las tienen.
En este sentido, se espera que un científico moral sea capaz de proporcionar una respuesta más adecuada sobre un tema moral que un ciudadano de a pie, del mismo modo que un físico puede explicar con más precisión los efectos de la gravedad en el movimiento de los cuerpos celestes.
El hecho de que haya preguntas sin respuesta en la práctica no significa que no exista una en principio. La pregunta ¿cuántas personas han sido picadas por mosquitos en los últimos 60 segundos?, no tiene una respuesta en la práctica, pero esto no significa que no exista una.
Otro aspecto a tener en cuenta es que la falta de consenso en relación con las cuestiones morales o valóricas no se debe interpretar en ningún caso como la imposibilidad práctica para encontrar la verdad. Nuestra incapacidad para ponernos de acuerdo sobre temas complejos solo significa una cosa: que debemos seguir conversando.
Los asuntos morales son especialmente complejos de dilucidar desde un punto de vista científico porque no podemos hacer experimentos que nos permitan comparar los resultados de tomar un camino o el otro.
Y es que la verdad moral no es una cuestión de consensos. Una persona puede estar en lo correcto y todas las demás equivocadas. En el mejor de los casos el consenso sirve como una guía o una orientación hacia la verdad. El contenido de una afirmación no es verdadero porque lo apoya la mayoría, sino porque hay un argumento de peso que le ayuda a sostenerse ante cualquier tipo de análisis.
Un ejemplo concreto es el propuesto por el antropólogo Donald Symons, del que propongo una versión resumida a continuación. Cuando una niña pequeña es encerrada, violentada y mutilada en sus genitales, no tardamos en preguntarnos cuántos años debería pasar encerrado el responsable o si acaso merece la pena de muerte. Sin embargo, cuando esta acción es realizada de manera cotidiana por varios miles de personas, el horror no se multiplica por varios miles, sino que se convierte en un fenómeno cultural y empezamos a tolerar que sea defendido como tal.
Este es un ejemplo muy claro respecto de por qué los consensos no significan nada en términos del bien o la verdad. Como dijimos antes, a lo sumo pueden entenderse como una brújula, la cual no podemos seguir ciegamente solo por ser eso, una brújula.
A riesgo de ser tildado de utilitarista, un criterio general que debiese guiar todas nuestras decisiones morales es el de la maximización del bienestar general. Aunque haya peligros basados en nuestros sesgos humanos como los identificados por Jonathan Haidt, es lo mejor que tenemos.
Con los temas morales parece razonable considerar que siempre existe una respuesta en principio, pero que, dadas nuestras limitaciones humanas, tenemos dificultades para dar con ellas. La respuesta puede estar en alguna parte esperando a ser encontrada o bien permanecer para siempre fuera de nuestro alcance. Sin embargo, nuestra aspiración a encontrarla no puede ser abandonada.
Si aceptamos que siempre existe una respuesta correcta en principio y estamos dispuestos a buscarla aunque sea difícil, entonces nuestra tarea se reduce a pensar tan claramente como podamos para determinar así los patrones de pensamiento y comportamiento que deberíamos adoptar en nombre de la defensa de la moralidad.
Pensar en determinar estos patrones ideales (no en un sentido platónico, sino en tanto son la mejor opción posible) supone que podemos hacerlo y, en cierta medida, debemos hacerlo.