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El rotundo fracaso de la Jornada Escolar Completa
Chile es uno de los países donde los estudiantes pasan más tiempo en la escuela, colegio o liceo. Pero al igual que en la mayoría de las situaciones, cantidad no es sinónimo de calidad.
Hoy, tras más de veinte años de iniciado el programa de Jornada Escolar Completa, los resultados del mecanismo siguen sin ser del todo claros. Partiré señalando que Chile es uno de los países donde los estudiantes pasan más tiempo en la escuela, colegio o liceo. Pero que no te mientan: al igual que en la mayoría de las situaciones, cantidad no es sinónimo de calidad. Y eso era justamente lo que pretendía esta reforma de extensión de la jornada escolar.
Uno de los argumentos proporcionados en el discurso del 21 de mayo de 1996 por el entonces presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle, fue que la medida favorecería «especialmente a todos aquellos niños y jóvenes que carecen de un espacio pedagógico en sus hogares» (página 37). Es decir, uno de los propósitos de la reforma era eliminar como factor, el hecho de que algunas familias no contaran con los recursos físicos y materiales para que sus hijos pudiesen educarse adecuadamente: si todo el proceso de aprendizaje de los estudiantes se llevaba en horario de colegio, se podía asegurar mayor equidad, ya que no dependería de la situación económica familiar. Pero no resultó necesariamente así.
Si bien la normativa asociada a la Jornada Escolar Completa menciona que las horas no lectivas deben ser usadas con el fin de desarrollar en los estudiantes «en una variedad de aspectos que abarcan lo espiritual, lo ético, lo afectivo, lo social, lo intelectual, lo artístico y lo físico», también recomienda «asignar tiempo adicional a aquellas asignaturas del Plan de Estudios en las que no obtienen un rendimiento óptimo». Y por desgracia, el sistema se ha enfocado más en esto último que en lo primero.
Recuerdo que cursaba uno de los primeros niveles de enseñanza básica cuando, a través de mis profesores, comencé a escuchar rumores sobre lo que sería la jornada escolar completa. La verdad es que, pese a que tampoco era un deseo natural pasar más horas en el colegio, la idea de dedicar las mañanas a estudiar las asignaturas regulares y las tardes a talleres extraprogramáticos deportivos y artísticos se oía bastante bien.
El problema es que, con el paso de los años, alumnos, apoderados y profesores nos hemos dado cuenta de que ese objetivo nunca se cumplió. En palabras de Eugenio Severín, consultor internacional en materias de educación, «en general las horas escolares en Chile se utilizan para más de lo mismo, es decir para más matemáticas, más ciencias, más lenguaje, cuando en realidad esas horas podrían ser aprovechadas para tener formación diferenciada e integral para nuestros estudiantes».
Según estudios sobre el tema, si consideramos el puntaje obtenido por los estudiantes en la prueba SIMCE como referencia, el impacto sobre los aprendizajes ha sido nulo (1 o 2 puntos en lenguaje y matemática). Pero tampoco es que la prueba SIMCE sea un gran instrumento de evaluación, así es que no ahondaremos en el tema.
Las cosas como son
Si bien en ninguna parte del papel se hace referencia a este propósito, creo haberlo escuchado muchas veces de los mismos profesores que a comienzos del milenio, nos contaban lo poco que sabían sobre la JEC: evitar que los niños, niñas y adolescentes pasen demasiado tiempo en las calles, donde pueden fácilmente desviarse del camino y transformarse en protagonistas de la delincuencia, el narcotráfico, la drogadicción y el alcoholismo.
Hoy en día, los profesores nos hemos transformado en cuidadores de niños. No es casualidad que el horario de colegio calce tan bien con el horario de oficina. Es así como, poco a poco, el colegio se ha convertido en una guardería. El ministro Mañalich lo dejó claro al preguntar: «¿Realmente se cree que cerrar los centros de educación que dan comida, protección, seguridad a la mayoría de los niños y enviarlos solos a sus hogares es una medida razonable?». En otras palabras, el verdadero sentido de la escuela chilena no es educar, sino cuidar. Los profesores no son educadores, son guardadores.
El problema no radica solamente en el hecho de que aquella tarea se escapa del objetivo original del sistema educativo. Algunos padres creen además que criar a sus hijos es parte fundamental de nuestro trabajo docente. Y no lo es. Es verdad que, así como los padres deben apoyar a los profesores en el correcto curso de los procesos de enseñanza-aprendizaje por medio de los cuales sus hijos desarrollan capacidades y habilidades, el profesor también puede ayudar a los padres a pulir ciertos aspectos de la personalidad de los niños. Pero los padres no pueden esperar que los profesores eduquemos y formemos a sus hijos a la vez: hay patrones de conducta básicos que sí o sí deben desarrollarse en casa.
Es terrible ver que los padres han encontrado en la Jornada Escolar Completa una manera de desligarse de la crianza de sus hijos, traspasando toda la responsabilidad al profesor. De todos modos, este no es un problema de origen reciente. Lo que ocurre es que la JEC permitió que sus efectos se intensificaran. Así lo afirmaba mi gran mentor, el profesor Luis Ramírez Vera (autor del prólogo de mi libro Cuestiones sobre Educación y Orientación): los padres ven al colegio como una casa de encomienda donde van a entregar a sus hijos en marzo, con la esperanza de que, al retirarlos en diciembre, se los devuelvan educados y formados, sin tener que verse involucrados demasiado en el proceso.
Pero, ¿por qué postulo que su fracaso es irreversible? La respuesta es sencilla: cuando un proyecto que va de la mano de una ley no se ejecuta como corresponde desde el comienzo y pasan veinte años y todavía no consigue enrielarse, significa que hay un problema de base y que, la única alternativa, es formular un nuevo proyecto, aún cuando esto signifique retroceder y eliminar algo que ya se ha naturalizado con el paso de los años.
Como profesional de la educación, y haciéndome absolutamente responsable de lo que digo, creo que los estudiantes chilenos pasan hoy demasiado tiempo en el colegio, tienen demasiadas asignaturas específicas y disponen de escaso o nulo tiempo para la recreación y dedicarse a lo que verdaderamente les interesa. Personalmente, estudié toda mi vida en un colegio que tenía media jornada y no creo que esa haya sido una razón para aprender menos. De hecho, durante mi adolescencia pude dedicarme a aprender muchísimo sobre temas que realmente me apasionaban, como la informática y la programación. Aún así estudié la carrera que quería y en la universidad que quería.
Por el momento, el único resultado que nos puede garantizar la injustificada y forzada permanencia de la Jornada Escolar Completa en el tiempo, es el deterioro de la salud mental de nuestros jóvenes (reflejada en trastornos como la depresión, la ansiedad y el estrés) y la disminución, día tras día, de sus ya escasos niveles de motivación. Cabe destacar que, aún cuando los estudiantes son el centro del fenómeno educativo, los profesores también padecen los mismos males. La constante presión por definir e implementar estrategias que permitan motivar al mismo tiempo que enseñar, termina tarde o temprano por repercutir sobre sus emociones. La pregunta que propongo como cierre es: ¿cuándo será el día en que el estado, por medio de sus gobernantes, tome en cuenta a sus profesores en las decisiones en torno al fenómeno educativo?
Actualización 1 (15-03-2020): Al día de hoy, sigue habiendo colegios que no han implementado la Jornada Escolar Completa por no contar con la infraestructura adecuada. Ejecutar la modalidad de Jornada Escolar Completa requiere disponer de las salas de clases para un mismo curso durante todo el día, es decir, no se puede tener una jornada en la mañana con algunos cursos y otra por la tarde con otros cursos.
Actualización 2 (15-03-2020): Menos de un día después desde que el ministro Mañalich anunciara que no se podían suspender las clases, el gobierno terminó cediendo ante la presión. El presidente Piñera anunció esta tarde que las clases de colegios municipales y particulares subvencionados se encuentran oficialmente suspendidas durante dos semanas.