El argumento de la simulación
El Argumento de la Simulación es una teoría propuesta por Nick Bostrom que presenta la posibilidad de que lo que pensamos como real esté contenido en un chip de silicona.
El argumento de la simulación es una teoría propuesta por el filósofo sueco Nick Bostrom que propone que podríamos ser seres virtuales viviendo al interior de una simulación. Formula elegantemente tres posibilidades respecto de nuestra existencia, una de las cuales debe ser cierta. Se sostiene sobre la Teoría de Independencia del Sustrato según la cual nuestros estados mentales pueden sobrevenir en cualquier clase de sustrato físico. Es decir, no sería requisito ineludible que dichos estados tengan lugar en un cerebro.
Línea argumental
Es posible que, después de todo, no se requiera de tanta capacidad de cómputo para imitar una mente humana y sus vastas capacidades. Puede que muchos de los subsistemas de nuestro sistema nervioso central humano sean redundantes producto de una escasa fiabilidad y el ruido de señal asociado a sus componentes neuronales. Simular el universo entero a un nivel cuántico es claramente irrealizable, sin embargo, para mantener todo en orden (esto es, sin que nadie perciba irregularidades que le hagan dudar) bastaría con simular a los humanos y la interacción en sus formas humanas con el entorno simulado.
Con gran seguridad se podría omitir toda la estructura microscópica al interior de la Tierra y la del universo lejano simplemente porque no tenemos acceso a ella. Los objetos macroscópicos en lugares inhabitados de la Tierra no tendrían que ser continuamente simulados, sino que podrían crearse a demanda (tal como ocurre en un videojuego que renderiza solo las partes visibles de una escena). Además, si los humanos llegasen a detectar algún error, el director de la simulación podría editar los estados mentales de cualquier cerebro para rebobinar unos segundos la simulación y ejecutarla otra vez de tal modo que se evite el problema.
Las tres proposiciones
Una civilización posthumana madura debería tener una capacidad de computación enorme. Entonces, cabe pensar en tres proposiciones, de las cuales al menos una ha de ser cierta:
La fracción de personas que sobreviva a la era posthumana es muy cercana a cero.
\(f_P\approx0\)La fracción de humanos interesados en correr simulaciones de sus antepasados es muy cercana a cero.
\(f_I\approx0\)La fracción de personas que vivimos en una simulación es muy cercana a uno.
\(f_\text{sim}\approx1\)
El astrónomo David Kipping consolidó estas tres proposiciones iniciales en dos, ya que la primera y la segunda son hipótesis físicas (en que no hay simulaciones) y solo la tercera es diferente pues admite una realidad base además de una o varias simulaciones (hipótesis de la simulación).
Un paso más allá
Al menos en el papel, el argumento de la simulación también admite la posibilidad de que haya una simulación corriendo dentro de otra y así sucesivamente. Sin embargo, la hipótesis del multinivel pierde su valor rápidamente dado que el costo computacional asociado a la recursividad sería demasiado grande. De hecho, en este caso deberíamos esperar que nuestra simulación se acabe justo antes de evolucionar a una era posthumana. En otras palabras, la mayoría de las simulaciones generadas serían nulíparas, es decir, incapaces de generar otras simulaciones hijas.
La píldora roja
Una de las interrogantes que sigue vigente —y que probablemente nunca conseguirá una respuesta definitiva a menos que exista tal cosa como la píldora roja que Morfeus le proporciona a Neo en The Matrix— es si existe una manera de discernir si somos o no seres simulados en un computador.
Parece razonable pensar que, siempre y cuando la simulación disponga de una capacidad de cómputo infinito, no existe manera de que, en nuestra calidad de humanos que formamos parte de esa realidad simulada, seamos capaces de detectar un glitch. El software podría generar cualquier grado de realidad que sea necesario para mantenernos alejados de la duda.
Por otro lado, una simulación con recursos computacionales finitos podría revelarse a sí misma. Si nuestra realidad es una simulación, el creador, dados los límites computacionales a la base, se vería en la obligación de discretizar el espacio-tiempo para ahorrar recursos. En este sentido, no sería imposible que detectáramos algunas señales de este espacio-tiempo discreto a través de nuestra observación de los procesos microscópicos que tienen lugar en el universo.
Conclusión
Si la proposición 1 es cierta, entonces es casi seguro que nos extinguiremos antes de alcanzar la posthumanidad. Si la proposición 2 es cierta, entonces los cursos de las civilizaciones avanzadas deben converger fuertemente para que virtualmente ninguna contenga individuos lo suficientemente ricos como para desear correr una simulación de ancestros. Si la proposición 3 es cierta, entonces es casi seguro que vivimos en una simulación. Dada nuestra condición de ignorancia actual parece sensato distribuir la probabilidad de manera homogénea entre las tres proposiciones. Bajo esta lógica, a menos que estemos viviendo ahora en una simulación, es casi seguro que nuestros descendientes nunca ejecutarán una simulación de ancestros.
Por otra parte, si consideramos la reducción a dos proposiciones introducida por Kipping y aplicamos la lógica bayesiana, la probabilidad de que vivamos en la realidad base es casi igual que la probabilidad de que vivamos en una simulación. Si los humanos llegáramos a ser capaces de generar una simulación dentro de nuestra realidad (que de por sí ya podría ser una simulación), la probabilidad en favor de que vivamos en una simulación aumentaría dramáticamente pues se podría excluir la hipótesis física.
Finalmente, si supeditamos nuestro análisis al filoso razonamiento de la Navaja de Occam, lo más razonable sería asumir que, dada su complejidad, la hipótesis de la simulación es falsa. En dicho caso, la explicación natural es la más sensata.
Referencias bibliográficas
Bostrom, N. (2003). Are You Living In a Computer Simulation? Philosophical Quarterly, 53(11), 243-255.
Ananthaswamy, A. (2020, 13 octubre). Do We Live in a Simulation? Chances Are about 50–50. Scientific American. Link