La calificación debe correlacionarse con el esfuerzo
Parece demasiado evidente que la calificación debe correlacionarse con el esfuerzo del estudiante, pero la verdad es que hoy por hoy, la cosa no es tan así.
Es normal padecer del sesgo de retrospectiva al leer una frase como la del título. Parece demasiado evidente que la calificación debe correlacionarse con el esfuerzo del estudiante, pero en la práctica no siempre ocurre así. Uno tiende a asumir como verdaderas ciertas aseveraciones que tienen algún grado de consistencia interna o que apoyan creencias que hemos escuchado a lo largo de nuestras vidas.
Les propongo otro ejemplo: parece lógico que los hábitos de estudio deben correlacionarse positivamente con el rendimiento académico. Sin embargo, diversos estudios han mostrado que en realidad no siempre es así. En esta línea, Sanhueza (2018) mostró a través de un estudio de caso que, a pesar de que esta relación existía, era débil (Pero claro, hay que tener en cuenta que la naturaleza de la investigación a través de un estudio de caso restringe la posibilidad de generalización).
La calificación es un factor de motivación
En un sistema en que la motivación intrínseca parece ser cada vez más limitada, encontrar maneras de convencer a los estudiantes de que estudiar es importante puede ser un verdadero desafío. Sin embargo, la calificación sigue siendo un factor decisivo en tanto provoca que el estudiante se esfuerce por, en el peor de los casos, aprobar. Los profesores lo verificamos así de forma periódica. Llegamos a la sala de clases (o, a la nueva usanza, al aula virtual) con un fajo de pruebas (o un enlace a un Formulario de Google) y, tan pronto como comenzamos a dar las instrucciones, un estudiante levanta su mano (o activa su micrófono) e inquieto pregunta: ¿Es con nota?
El riesgo de recibir una calificación más baja de lo aceptable, generalmente producirá por sí solo un comportamiento de estudio adecuado, excepto en dos casos: 1) cuando la calificación de la asignatura no es importante para el estudiante y 2) cuando la relación entre el esfuerzo y la nota de la evaluación no es del todo clara.
El fracaso en el estudio debe traducirse en una mala nota
Si el fracaso para completar una parte significativa de una tarea no se traduce en una mala calificación o, por el contrario, el éxito al completar una actividad no resulta en una buena calificación, entonces el estudio como conducta de evitación (teniendo en cuenta que lo que se quiere evitar en este caso son las consecuencias de una mala nota) no será fuerte, ni el progreso funcionará como una forma de recompensa para los variados aspectos de unos buenos hábitos de estudio.
En otras palabras, cualquier estudiante que domina solo una porción del material de estudio debe, sistemática e inevitablemente, reprobar la evaluación. Por otro lado, los estudiantes que dominan la mayoría del material deben recibir siempre calificaciones altas. En este sentido quizá nos competa volver a revisar los criterios de validez y confiabilidad con que confeccionamos nuestros instrumentos, reconociendo que la mayoría de las veces el tiempo apremia y no contamos con las habilidades o el tiempo para tenerlos en cuenta de manera rigurosa. Si los estudiantes creen que pueden omitir el estudio y aun así obtener una nota aceptable, muchos se verán tentados a seguir este camino. Estemos de acuerdo o no, el mundo funciona bajo la premisa del miedo.
La pandemia nos obligó a repensar la evaluación
La pandemia global de la covid-19 nos ha hecho reformular muchos aspectos de nuestras vidas. En el caso de la escuela, la evaluación sumativa es uno de los procesos que se ha tenido que reestructurar casi por completo. Estando profesor y estudiante en lados opuestos de la fibra óptica o la antena que los comunica, las pruebas escritas, las guías evaluadas, las exposiciones orales y casi todas las formas convencionales de medir los aprendizajes han tenido que sufrir ciertas modificaciones para adaptarlas a la nueva realidad en que educamos (y somos educados).
La dicotomía castigo-recompensa y la nivelación hacia abajo
En un sistema en que toda motivación se basa en la dicotomía recompensa y castigo (asociada al condicionamiento operante) reducir la dificultad de una evaluación como una medida paliativa para evitar que los estudiantes obtengan calificaciones deficientes es una práctica que atenta contra, lo que definimos antes como, uno de los últimos factores motivacionales de los estudiantes.
Por otro lado, como los estudiantes que rinden bien también verán infladas sus calificaciones de manera artificial (por acomodaciones en la escala de notas, el porcentaje de exigencia o el puntaje máximo), es probable que pronto comiencen a conformarse con estudiar menos, porque concluirán que no es necesario esforzarse tanto para obtener calificaciones lo suficientemente buenas.
Las migajas debajo de la alfombra
En cada oficio hay elementos que no se perciben desde el exterior. Me refiero a esas migas de pan o partículas de polvo que simplemente se barren debajo de la alfombra pensando que, si no las vemos, no existen o al menos no nos pueden molestar. Una de ellas corresponde a la dualidad que enfrentamos en que, a nivel intraescolar, por un lado, se nos pide que las calificaciones sean representativas y, por otro, que se encuentren dentro de ciertos márgenes. Durante la pandemia la tendencia hacia hacer lo que sea necesario para que todas las estudiantes aprueben se ha agudizado, muchas veces en detrimento del mantenimiento de un nivel de exigencia adecuado.
Otro fenómeno usual que ha surgido en conversaciones con compañeros del gremio es un sesgo que tienen algunos profesionales de la educación hacia la percepción de que, si a un estudiante siempre le ha ido mal en una asignatura, esa tendencia debería seguir replicándose año a año. Si no es así, se tiende a pensar que hay un problema de parte del profesor y no una mejora en los hábitos o técnicas de estudio del estudiante. Más que celebrar el éxito de un estudiante con un historial de mal rendimiento que de pronto ha comenzado a rendir mejor, se intenta explicar el fenómeno por una de dos razones. Bien se trata de un caso de copia, o bien de un instrumento de evaluación mal diseñado.
El riesgo de los fracasos sucesivos
Si un estudiante coloca todo su esfuerzo en aprender y aun así fracasa una y otra vez, llegará un momento en que pierda toda la esperanza y comience a pensar que nada que haga importará: siempre obtendrá malos resultados. En estos casos, somos los profesionales de la educación los que debemos poner en cuestión las razones que se encuentran a la base de esta implicancia porque no siempre se trata de un estudiante flojo. Como ya vimos, la calificación siempre debe explicarse por el esfuerzo.
Ahora bien, es cierto que los factores que influyen en los fracasos sucesivos de un estudiante que se esfuerza lo suficiente pueden ser varios: malos hábitos de estudio, técnicas o estrategias deficientes para estudiar, dificultades de aprendizaje o diferencias en la capacidad cognitiva no detectadas a tiempo o, lo más común en estos tiempos, dificultades emocionales o problemas de salud.
Preguntas al cierre
Algunas preguntas que quedan abiertas a la reflexión son: ¿Qué tan buenas son nuestras estrategias para enfrentar las dificultades que detectamos? ¿Qué tan preparados estamos en términos de recursos y habilidades para atender las múltiples necesidades educativas de nuestros estudiantes? ¿Realmente importan tanto las consecuencias a largo plazo que tendrá la pandemia en términos de aprendizaje?